Los indios tainos, pobladores originarios de las Antillas mayores a la llegada de los conquistadores, llamaban Quisqueya a la segunda isla en extensión del Caribe, bautizada como La Española, territorio donde tienen asiento Haití y República Dominicana. Por tal herencia cultural suelen denominarse quisqueyanos a los pobladores de esta última, que ocupa algo más de los dos tercios del territorio insular en su porción oriental y constituye la segunda nación del Caribe en dimensión y población, sobre 48 mil km cuadrados, y unos diez millones de habitantes.
Por Enrique Montesinos (*) – enriquemontesinos@hotmail.com
Dicho país ya había celebrado los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1974 en su capital, Santo Domingo, y los de 1986, en la ciudad de Santiago de los Caballeros, de modo que contaba con experiencia para organizar unos Juegos Panamericanos, como ya lo habían conseguido las colindantes Cuba y Puerto Rico, aunque su poder económico no fuera suficiente para lograrlos con desahogo.
Los esfuerzos del Comité Organizador, encabezado por José Joaquín Puello, presidente también de ODECABE y del Comité Olímpico local, más la colaboración de otros países, Cuba de modo especial, no consiguieron evitar la tensión que rodeó la terminación de las instalaciones de competencias y la Villa donde se alojarían los atletas.
Acaeció la misma tirantez y nerviosismo que generalmente preceden el inicio de grandes eventos en plazas de tales características, pero que vale la pena experimentar, porque finalmente los Juegos siempre se realizan y los provechos locales resultan incalculables, lo que de ninguna forma se conseguiría otorgando siempre las sedes a las candidatas acaudaladas.
La edición continental número 14, primera del siglo XXI y del tercer milenio, tuvo lugar del primero al 17 de agosto del 2003, con récord de 39 especialidades en competencia, al retomarse la pelota vasca, introducida en Mar del Plata y sustituida en Winnipeg por el pentatlón moderno, sin dejar fuera a los pentatletas.
Las medallas de oro aumentaron hasta 338, once más que cuatro años antes, aunque a distancia del abultado botín de 432 en Mar del Plata’95, porque se mantuvieron sin premiar los movimientos de arranque y envión, en pesas según la costumbre olímpica; redujeron al mínimo las pruebas de patinaje de carreras, suprimieron las lides por equipos en tiro, así como las distancias en arquería, junto a otros ajustes suficientes para redondear el conjunto de casi un centenar de medallas menos.
Por tercera vez consecutiva tomaron parte los 42 países integrantes de la ODECABE. Estados Unidos, el más numeroso en atletas, mantuvo el tradicional liderato en el medallero, haciendo gala de un balance colectivo armonioso, pues sus deportistas obtuvieron al menos una presea en 37 de los 39 deportes, hecho que cobra especial interés, pero en el sentido de conocer sus «ovejas negras», en este caso fútbol y pelota vasca.
También destacaron por una equilibrada faena Canadá y Brasil, con medallas en 28 deportes y fuerte disputa por el tercer puesto; Argentina y México (25), mientras Cuba se concentró en solo 22 y Venezuela en 18, que le valió para desplazar a los argentinos del sexto escaño.
Por más premios de oro, los estadounidenses ganaron 16 de los 31 deportes individuales: atletismo, bolos, ciclismo, equitación, esquí acuático, esgrima, gimnasia rítmica, nado, natación, patinaje, pentatlón, racquetbol, tenis de mesa, tiro, arquería y triatlón. En colectivos solo impresionaron en polo acuático de ambos sexos y en softbol para damas, mientras su débil quinteto varonil de baloncesto fue contrastante: se quedó sin medalla.
Cuba repitió su éxito de Winnipeg entre las muchachas del básquet y adicionó el noveno eslabón a la cadena de éxitos en béisbol, mientras Brasil dominó el femenino de fútbol, el masculino de básquet y, por primera vez, los dos certámenes de balonmano, aunque en ausencia de los cubanos, no clasificados previamente en los Juegos CAC de San Salvador02, a los que no asistieron; Argentina se consolidó en las lides de hockey y ganó el concurso varonil de fútbol, en tanto Canadá siguió imbatible en softbol (m).
Nos detenemos por último en el voleibol debido a las grandes sorpresas que significaron las victorias de República Dominicana a costa de las cubanas, y de Venezuela, que eliminó primero a los favoritos brasileños e hizo sucumbir también al equipo de la mayor de las Antillas.
La delegación de Cuba confirmó su habitual segundo lugar en la tabla de medallas y ganó seis torneos individuales: lucha, remo, judo, gimnasia artística, boxeo y canotaje. Sobresalieron las 10 de oro en lucha (de 18) y 9 en remo (de 14), así como otra decena en atletismo, con su segundo lugar.
Las seis de oro en boxeo significaron la cosecha antillana más baja desde San Juan ’79 (5), mientras que el cómputo total de 72 cetros, si bien superior al 69 de Winnipeg, desentonó con el 80 de Caracas ’83 y hasta con el 75 de Indianápolis ’87, sin olvidar el récord de 112 en Mar del Plata ’95; y la proeza de 140, como anfitriona, en La Habana ’91.
La disminución de los premios en pesas resultó uno de los aspectos perjudiciales para Cuba que, además, no intervino en las categorías femeninas. La faena dejó mucho que desear en Santo Domingo, con apenas un sexto lugar en el medallero, cuando lidera ampliamente el acumulado histórico.
Colombia mostró poderío en esa área de fuerza, lo mismo que Venezuela en kárate do; México en pelota vasca y taekwondo, y Brasil en tenis y velas, todos éxitos más llamativos que los de Canadá en badminton, squash y clavado, si bien el último fue de excelencia, con 7 doradas de 8.
El beneficio de la sede se tradujo en que los quisqueyanos disfrutaron la conquista de 10 títulos máximos, algunos rodeados de apoteosis nacional, como los del ídolo Félix Sánchez, en los 400 con vallas, y el voleibol femenino. La cosecha dorada triplicó la de medio siglo (3) y las 41 medallas en total sobresalieron comparativamente con las 80 obtenidas en 50 años. El legado en infraestructura deportiva potenciaría aún más su desarrollo en los años siguientes.
Los denuedos contra el fantasma del dopaje volvieron a dar sus frutos, detectándose nueve casos de violadores, descollando entre ellos un ciclista de Barbados conquistador de las dos primeras doradas de su país en cualquier deporte.
No por último menos importante, mencionar que la faena del gimnasta cubano Erick López seis de oro y por cuarta vez dueño del all around lo convirtió en su adiós competitivo a los 34 años, en líder de todos los tiempos en medallas individuales, con 22 (18-3-1), la misma distinción que en el femenino correspondió a la ondina canadiense Joanne Malar, 28 abriles, cuyo debut en los Juegos también aconteció en La Habana 91, en su caso acumulados 19 premios (6-9-4), aunque sin tantas perfecciones como el antillano.
MÁS GOTAS DE SABER:
Canadá y Brasil obtuvieron 29 medallas de oro y decidieron el tercer lugar por las de plata, por lo mismo, aunque más apretado, que el sexto escaño favoreció a Venezuela sobre Argentina, ambas con 16. Los seis primeros en el medallero general: 1-Estados Unidos 117-80-72=269; 2-Cuba 72-41-39=152; 3-Canadá 29-57-42=128; 4-Brasil 29-40-55=124; 5-México 20-27-32=79; 6-Venezuela 16-21-27=64; 7-Argentina 16-20-27=63.
Colombia fue el país situado a continuación, con 11 títulos, el grueso de ellos (7) conquistados por sus formidables levantadores de pesas, cuatro damas, Mabel Mosquera, Ubaldina Valoyes, Tulia Medina y Carmensa Delgado, junto a Nelson Castro, Diego Salazar y Héctor Ballesteros.
El atletismo volvió a ser el máximo distribuidor de premios, con 46, seguido por la natación (32) y el ciclismo en tercer lugar (19), por delante de las luchas (18) y el tiro deportivo (17).
En el estadio Juan Pablo Duarte, escenario del atletismo, una pareja de cubanos conquistó sus terceros cetros en sucesión: Iván Pedroso, en salto de longitud, y Emeterio González en lanzamiento de la jabalina. Dicho escenario desbordó de frenesí patriótico con la magnífica demostración del vallista local Félix Sánchez, formado en Estados Unidos, pero que decidió adoptar la nacionalidad de sus padres para competir y lo hizo en grande con récord de 48.19 para la vuelta al óvalo.
Cubanos sobresalientes por sus éxitos en reiteración fueron el luchador del estilo greco Juan Luis Marén, coronado por cuarta vez. Judocas de resonancia planetaria como Amarilis Savón, Daima Beltrán y Driulis González, todavía con historia por delante, llegaron a sus terceras doradas, igual que el esgrimista Camilo Boris, quien lo hizo como integrante del equipo de Espada.
(*) Primer vicepresidente de AIPS América y autor del libro Juegos Panamericanos, desde Buenos Aires 1951 hasta Río de Janeiro 2007